domingo, 7 de abril de 2013

De manifestación

Dos años hace de aquella primera manifestación en Madrid, que para mí fue el aperitivo de la acampada en Sol y todo lo que ha ido sucediendo hasta hoy. Y hoy, en Bruselas, hemos salido de nuevo a la calle (esta vez, milagrosamente, bajo el cielo azul!!) para manifestarnos contra la precariedad laboral, y hemos gritado bien claro el #nonosvamosnosechan por todo el centro de la ciudad. Hemos terminado sentados en la Grand Place haciendo asamblea, pese al frío, llamando la atención de los turistas.

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Así nos han sacado en Público


martes, 2 de abril de 2013

Arcs 1950 y Oslo






Bien, empezaré por los Alpes y después me remontaré al viaje a Oslo, del cual aún no os he contado nada. (Clic en las fotos para verlas en grande, familia) De acuerdo, marzo está prácticamente ausente en el blog, pero ha sido un no parar continuo, y los ratos libres los he dedicado enteramente al TFG (y a salir por ahí y a ver The Big Bang Theory, vale). El caso, EL CASO es que no tenía ningún tipo de ganas de venirme de viaje pijo a esquiar... Me arrepentí mucho (mi madre lo sufrió en continuas llamadas de Skype) durante las semanas pasadas de haber aceptado la propuesta de pasar las vacaciones con ellos. Ni siquiera la tentación absoluta de ver los Alpes me compensaba. Pero no podía volverme atrás de ninguna forma, ya estaba todo reservado. Así que hice maletas (me dejó la madre un traje de esquí, por si quería probar) y el viernes a las 8 de la mañana cogimos un par de taxis camino al aeropuerto de Bruselas, en Zaventem. Sin embargo, he tenido que tragarme mis prejuicios una vez más, porque está siendo muy agradable.

Viajamos la madre, los tres hijos y una servidora. El padre no, se ve que tiene mucho trabajo. El vuelo hasta Lyon fue cortísimo, hora y media, pero después cogimos un taxi durante tres horas que nos subió montaña arriba. Íbamos todos con las bolsas preparadas por si acaso, menudo mareo de puertos. Para colmo, la mayor y yo íbamos sentadas de espaldas. No digo más, os podéis imaginar el estado en el que nos encontrábamos al bajar del coche.


Según íbamos subiendo, el paisaje se volvía más alpino; ya era evidente que estábamos allí. No me lo creía, y, además, ¡cuánto he echado de menos las montañas! Porque Bélgica es tan llano como lo era Lituania. Total, que llegamos, y descargamos todas las maletas. Estamos en Arcs 1950, un "pueblo" compuesto de comercios y apartamentos para la gente que viene a esquiar. Mirar por cualquier ventana es sinónimo de pensar que estás en la típica postal navideña; y todo está lleno de familias francesas e inglesas. Como me explicó tranquilamente mi jefa: ésta es una zona muy cara, casi de lujo; Arcs 2000 y Arcs 1800 son más... populares. En fin.


El caso es que es cierto, que esto es de lujo y hay ratos en los que me da un poco de vergüenza ajena ver cómo un pequeñísimo porcentaje de personas se gasta millonadas en unas vacaciones de diez días. Y todo es rematadamente caro: por ejemplo, el wifi cuesta 10 euros al día.
El sábado me pusieron un profesor particular de esquí durante dos horas, pagado por la madre. El tipo era muy majo, hablaba un mix de inglés y francés que nos generó más de una confusión, pero el caso es que sólo me comí la nieve cuatro veces, y terminé encantada. Esquiar es una pasada, y yo, que hasta hace dos días era novata, voy por las pistas, con el Mont Blanc al fondo, boquiabierta. Ayer me metí en una clase grupal, en la que todo el mundo tenía más de 40 años, y al principio todos pensaron que era hija de una de las señoras. Cuando les saqué de su error y supieron que era una au pair, me hicieron bastante menos caso.
Anoche me metí en la cama con un poco de fiebre y un catarro de aquí te espero, así que hoy me he quedado tranquilamente dedicada al TFG y bebiendo infusiones.
Los miembros de la familia, están todos ocupadísimos. Las niñas tienen cursos de esquí, la pequeña todo el día y la mayor por la mañana, pero por la tarde se va a esquiar de nuevo con la madre y el hermano, que a su vez también esquían durante toda la mañana. Sobre las 6 solemos bajar a la piscina, de la cual ya haré fotos, porque cuando la vi sí que me quedé sin palabras. Está en una terraza, en la parte baja del hotel, y es climatizada, claro. Nos bañamos mientras nos cae la nieve encima, y vemos pasar a los esquiadores a cien metros de distancia. Desde luego es una experiencia... y se me debió notar en la cara el primer día que estaba alucinando, porque la mayor se rió y me dijo: tienes mucha suerte por estar en una familia rica como la nuestra. Ale.

Pero bueno, dejando esos pequeños detalles aparte, no me arrepiento de haber venido. La semana que viene será un rollo, porque ninguno de mis amigos se queda en Bruselas, y además las crías siguen teniendo vacaciones, pero supondrá -por tanto- un avance significativo en el TFG. Sé que no debería, porque quedan dos meses, pero empiezo a sentir cómo me sube el agobio por el cuerpo.

Y hablemos de Oslo.
Tuve suerte de conseguir aquellos dos días libres, y desde luego que los aproveché bien. Me moría casi literalmente de ganas de ver a Mérope, así que iba feliz de la vida, con el único temor de gastar más de lo que mis escuetísimos ahorros podían permitirse. Ver Noruega desde arriba ya daba frío. Era una masa blanca con manchas negras (bosques). Por primera vez en mi vida vi playas congeladas. Al llegar a Rygge (aeropuerto bastante lejos de la ciudad, cómo no, querida amada y odiada Ryanair) conocí a una Erasmus francesa con la que fui conversando hasta la capital noruega (28 euros de tren, descuento de estudiante incluido -dolor-), majísima la muchacha: me llevó a la oficina de turismo y se quedó conmigo prácticamente hasta que llegaron Mérope y Dani

Entonces nos dirigimos hacia la casa en la que nos íbamos a alojar gracias a ese invento maravilloso llamado Couchsurfing. El noruego que nos abrió la puerta era bastante majo, aunque un poco aburrido, y a pesar de que el apartamento era muy pequeño, nos dejó un cuarto con dos colchones, almohadas y mantas de sospechoso aspecto, donde pudimos dormir bastante a gusto... 

A la mañana siguiente nos lanzamos a la aventura noruega, que empezó de la peor forma posible. El metro costaba unos 3,70 euros, así que decidimos colarnos, ya que nuestro couchsurfer nos había dicho que casi nunca había problemas, y que si pasaba un revisor simplemente nos echarían del tren y podríamos escaparnos fácilmente. Pues primera y última vez que me cuelo en un sitio sin pagar... en la segunda estación nos topamos con un control de al menos diez vigilantes, que nos hicieron entrar en un cuarto y querían llamar a la policía y multarnos con cien euros a cada uno. Probablemente pensaron que éramos emigrantes sin papeles o algo así, porque para evitar que nos cogieran los datos, no se nos ocurrió otra cosa que decirles que no teníamos los DNI's encima (estúpido por nuestra parte, vale, ya está asumido). Luego les dijimos que no teníamos tarjeta de crédito, que sólo teníamos euros (mentira, pero ellos no tenían por qué saberlo y allí no había forma de cambiar a coronas noruegas)... total que después de mucha tensión y tratarnos fatal, conseguimos que "sólo" nos cobrasen una multa. 100 euros entre los tres. Como decía, empezábamos con buen pie...

Pero en seguida mejoró el día, porque nos bajamos en la última estación y nos adentramos en el bosque. Había un lago helado inmenso en el que la gente estaba esquiando, y paseamos durante mucho tiempo disfrutando de la naturaleza salvaje. Nos asustamos un poco al desviarnos del camino, pensando que podríamos encontrar algún lobo, ya que vimos huellas frescas, pero nada, volvimos sanos y salvos a orillas del lago para hacer una fogata y comer el maravilloso embutido que habíamos llevado. (Regla número 1 si vas a Noruega y tienes poco dinero: compra la comida antes de volar, porque allí es desorbitantemente cara). Al caer la tarde volvimos a Oslo, y turisteamos por el centro de la ciudad. La Ópera es lo que más merece la pena, no hay grandes edificios antiguos en los que recrear la vista; es una ciudad muy moderna, me recordó con mucho a Helsinki.

Al volver a casa cocinamos pasta, y pronto tuvimos fiesta, porque Arne -el noruego- había invitado a unos amigos rumanos y a otro noruego que tenía unas chicas americanas alojadas en casa. Resultaron ser estudiantes de español que venían de Sevilla, y me contaron durante horas la pena que les daba perderse las celebraciones de Semana Santa en España. Jugamos al Jungle-speed y estuvimos de tertulia hasta media noche o así; luego intentamos irnos a dormir porque queríamos levantarnos pronto al día siguiente, aunque siguieron la fiesta hasta las 3 de la mañana, con lo cual dormimos poco.

El domingo, efectivamente, nos levantamos tarde, así que comimos algo rápido y salimos a buscar un famoso parque de esculturas situado al norte. De camino allí fuimos cantando por la calle (no había apenas gente) y descubriendo la parte rica de la ciudad. El parque era una pasada. Las esculturas, en su mayoría, representaban adultos y niños y, también en su mayoría, daban un poco de angustia, pero algunas eran muy bonitas. Nos llevó prácticamente todo el resto del día, aunque al volver paseamos por el puerto y nos permitimos el lujo de comernos un gofre con chocolate que nos supo a gloria. Pero las calles estaban llenas de hielo, y hacía mucho mucho frío, así que nos volvimos a casa de Arne. Dani se fue con él a ver un concierto de jazz, pero nosotras estábamos agotadas, y nos quedamos viendo los Simpson en su televisión-pantalla de cine y hablando, hablando, hablando.

Y el lunes por la mañana fuimos a ver la zona pobre de la ciudad, con cárcel incluida, que daba bastante miedo; y al jardín botánico. Entramos en una tienda de guitarras, donde estuvimos probando ukeleles, comimos en un McDonalds, en un derroche increíble (15 eurazos el menú) y volvimos casi corriendo, porque a las 5 salía mi tren de vuelta a Rygge.

En resumen, POR FIN un viaje, si bien breve, también intenso, en el que con dolor tuvimos que renunciar a visitar los fiordos- por falta de tiempo y dinero- lo que me hace tener una deuda pendiente con Noruega, que espero subsanar relativamente pronto. Los noruegos parecen hechos de otra pasta (desde luego no sé cómo sería yo si viviese tantos meses al año en ese estado de congelación...) y la ciudad es un tanto futurista. Merece sin duda la pena.