martes, 4 de octubre de 2011

Hablemos de Polonia

O, debería concretar más, hablemos de su capital. El destino estaba claro: Varsovia (y, si había tiempo, una breve escapada a Cracow, pero ni falta nos hizo).
Salimos de Kaunas a las 12 de la noche del jueves, y tras un viaje interrumpido tres veces por la policía polaca para pedirnos los documentos ¿? llegamos a Varsovia. A las 6 amanecimos entre edificios altísimos cubiertos por una neblina mañanera que daba un ambiente de inquietud a una ciudad aún completamente desconocida. Caminamos, nos perdimos por el metro y buscamos un cajero durante una hora. Al salir del subterráneo se había hecho de día, y nos dimos cuenta de que necesitábamos ambiente de ciudad. Kaunas es una miniatura adorable, pero no deja de ser una miniatura. Todos, sin excepción, caminábamos mirando hacia arriba, y quién más quién menos estaba boquiabierto. Parecíamos de pueblo, o algo así, nuevos en la urbe. 
Pero antes de nada, voy a presentar el panorama de los viajantes: catorce españoles y tres franceses. Tal disparidad prometía problemas, y aunque los solucionamos sin mucha crispación, haberlos los hubo. El primero llegó pronto: ellos querían dormir, nosotros no. Total, tras llegar al albergue ("Camera hostel", altamente recomendable), como no podíamos entrar aún en las habitaciones, el sector español se fue a ver old town y los franceses se echaron a dormir en los bancos de un parque (y no, no es broma). 
Antes de salir, la mayoría de la gente nos había advertido de que Varsovia no merecía mucho la pena, que podía verse en un día, que blablabla. Así que no es que llevásemos pocas expectativas, pero tampoco esperábamos descubrir una ciudad de estas que enamoran, vaya. Total, que a eso de las ocho, lamentándonos porque todos los bares estaban cerrados (hay costumbres europeas que nunca lograré entender -¿es que esta gente no necesita un café por las mañanas, o algo?) y arrastrando nuestros maltrechos cuerpos por calles empedradas, llegamos a Old Town. Y se nos quedó la boca un poco abierta, sí, porque lo que estábamos viendo era bastante más que muy bonito. Casas de colores, colores cálidos, terrosos, ventanas pequeñas, entreabiertas, dejando ver cortinas, luces anaranjadas... Estatuas, antiguos caballeros, un palacio... y abajo, un poco alejado, el río. A lo lejos, el estadio que albergará la próxima Eurocopa (y por aquí, la concurrencia ya empezaba a proponer una futura quedada para ver a la Roja). De pronto, una brecha oscura cruza el suelo, y se nos cambia un poco la cara: indica el lugar donde se alzaba el muro del guetto de Varsovia. Conocíamos la historia, y quién no, pero al empezar a leer definitivamente el ánimo decae un poco. Demasiadas fechas de muertos para tan pocas horas de sueño. Al fin encontramos una cafetería recién abierta y nos regalamos un desayuno como Dios manda, para seguir caminando. Vimos la ciudad vieja entera, cada calle más bonita, más pintoresca, más triste o más especial cuanto más pensábamos en que todo lo que estábamos viendo había sido reconstruido prácticamente al 100% después de la guerra. 
Paramos para comer en un parque y terminamos quedándonos dormidísimos hasta las cuatro, cuando pudimos al fin volver al hostel para pegarnos una ducha y deshacer las maletas/mochilas. Fue gracioso, porque nos dormimos al sol, y la sombra iba avanzando y poco a poco nos íbamos despertando y nos arrastrábamos hasta donde volvía a darnos el sol, y así sucesivamente. Claro que no todo el mundo se despertaba, y terminamos durmiendo desperdigados por la explanada del parque.
Lo dicho, hostel, ducha y de nuevo a la calle, esta vez para comprar la cena y preguntar por un par de sitios donde salir de fiesta. Compramos pasta para alimentar a un regimiento, tuvimos que cocinarla en cinco tandas porque sólo había dos cazuelas bastante pequeñas, e hicimos buenas migas con la gente que rondaba por el hostel. La mayoría españoles de Erasmus en Varsovia, recién llegados y buscando piso. Había por allí un futbolín, y se nos pasó la hora de la cena bastante rápido. Nos trasladamos a la cocina del piso de abajo, decorada con dibujos de Lucky Lucke y los hermanos Dalton, y estuvimos jugando a las cartas hasta que se hizo la hora de salir.
El sábado fue un completo show: cuando nos despertamos por la mañana, algunos aún no se habían ido a dormir, y desayunamos en comunidad para después dividirnos; unos a turistear, y el resto derechos a la cama. Dedicamos la mañana a ver el palacio. Una pena, de nuevo, porque en mil detalles se notaba la reconstrucción, y sin embargo no me pareció feo. Pasamos por un extraño museo interactivo a orillas del río, y al terminar nos fuimos derechos a buscar un parque y algo para comer. Tuvimos suerte: en la calle principal había una especie de feria para promocionar Hungría, y comimos una especie de tortas con queso y ajo que estaban deliciosas. Y después nos entró la tontería, compramos globos (un unicornio, una mariquita y un Nemo) y nos volvimos a patear toda la ciudad vieja para buscar la "citadela", que prometía muchísimo y terminó siendo una especie de mini fortaleza reconvertida en restaurante y con unas luces rojas y rosas que le daban un ambiente ciertamente sospechoso. Así que con las mismas nos volvimos, y descansamos en el hostel tranquilamente. Hay que decir que de camino nos encontramos a la parte masculina del grupo, que habían amanecido al fin y se iban a tomar unas cervezas. Tras dos horitas de relax y un par de futbolines terminamos cenando en un italiano (lo de la comida típica polaca cada vez se volvía más difícil... en el hostel nos dijeron que siendo tantos y a esas horas -las 10 de la noche- iba a ser imposible). Al salir de cenar algunos se fueron al hostel y otros tiramos para el centro a buscar un bar tranquilito y jugar a las cartas. Así se nos fue la segunda noche.
Por la mañana nos costó arrancar, terminamos saliendo a la una para comer en el Subway unos bocatas que nos supieron a gloria, y después caminamos durante una hora para buscar el museo del lpolaca. Allí estuvimos hasta que se hizo de noche (los españoles, porque el sector francés abandonó antes), lo que tampoco es decir mucho porque a las 7 parece que son las 9. Pero el museo nos dejó a más de uno con el corazón en la garganta. Justo cuando íbamos a salir nos dimos cuenta de que había una especie de película en 3D, y entramos a verla. Duró sólo 6 minutos, pero decir que fue impactante es decir poco. Simplemente mostraba, a vista de pájaro, una recreación de cómo quedó la ciudad tras la Segunda Guerra Mundial. Luego dio pie a debates y a conversaciones sobre qué habríamos hecho nosotros si hubieran hecho esa barbaridad con nuestra ciudad y en fin, todo tipo de reflexiones varias en un grupo de estudiantes de periodismo, políticas y psicología -mayoritariamente-.
Después del museo fuimos a comprar la cena, que nos comimos en el hostel. Al terminar, salimos con toda nuestra buena intención para ver un espectáculo de luces que había en el palacio real... pero cuando llegamos hacía media hora que había terminado. Así que echamos a andar en búsqueda de algún garito interesante y, por primera vez desde que salí de Madrid en julio, Irlanda vino a salvar la noche en forma de pub rockanrolero lleno de cincuentones y cincuentonas bailando con desenfreno. Nos lo pasamos genial cantando hasta desgañitarnos con la música en directo, y jugando a las cartas más tarde. Tras un par de futbolines más nos recogimos pronto, sobre la una.
Y amaneció nuestro último día en la capital polaca. Hubo un poco de revuelo, porque los que se habían quedado durmiendo la mona los días anteriores se levantaron con una urgencia terrible por hacer todo el turismo que no habían hecho anteriormente, y nos metieron una prisa tal que terminamos dejando atrás a tres del grupo. Subimos al palacio de la Cultura y de las Ciencias pagando entrada de grupo, y ellos, como llegaron más tarde tuvieron que pagar más (la diferencia era ínfima, pero el malestar ya rondaba). Al terminar la visita los franceses volvieron a irse por su cuenta, porque dijeron que los españoles íbamos con retraso a todas partes y que no les daba la gana aguantar eso. Pero vamos, que las vistas desde la torre, una pasada. Junto a Nacho y Maialen (manchego y bilbaína) traté de dar algunas palabras que me vinieran a la mente viendo la ciudad desde lo alto. Los enormes paneles luminosos de cocacola, más propios de la década de los 80, nos daban un poco de lástima; era como si no pegasen con la ciudad; ni siquiera los escasos rascacielos daban un aire de modernidad, todo parecía fuera de lugar.
Bajamos de la torre y nos fuimos caminando durante una hora hasta un parque que se encontraba en las afueras, donde vimos un palacete, un anfiteatro y varios lagos muy bonitos, además de ardillas, zarigüeyas y pavos reales. Comimos sopa y pollo con patatas típicos de Polonia y tratamos de encontrar un autobús que nos llevase al barrio de Praga. Repartimos los pocos slotis que nos quedaban hasta tener todos para el bus y terminamos aterrizando en un barrio al más puro estilo de Orcasitas, sintiéndonos ultrajadísimos porque, quitando una iglesia ortodoxa a la que no pudimos entrar porque estaba en obras, no había allí nada digno de verse.
Volvimos a la carrera al hostel, recogimos las maletas y corrimos de nuevo para encontrar el bus que nos llevaría hasta la estación central de autobuses. Nadie pagó, no había ya tiempo ni moneda polaca; y tuvimos que aguantar un viaje largo y caluroso con una señora que no dejó de criticarnos y mirarnos de muy mala manera, y un grupo de niños-canis-pongolamúsicaaltaysitemolestateaguantas hasta que por fin pudimos salir.
A las 19:30 cogimos al fin el autocar y a las 4:30 de la mañana estábamos de vuelta en la residencia.
So... that was the trip to Poland!
Y ahora, fotos!!

Primera vista del casco antiguo de Varsovia


Sawa, la sirena defensora de la ciudad

Callejeando

Una parte del castillo y los vascos escalando
Recuerdo del muro del guetto



Taking a break in the park

Españoles siesteando en busca del sol
En la cocina con dibujos de los hermanos Dalton: Nacho, Manu, Juan, una servidora, Ander, Alice, Maialen y Marta.
Con Ana -que su madre es de Baredo, no os lo perdáis- y Maialen, en un parque de Varsovia.

Miguel, Julie y yo con Jurgita, Nemo y Noelia.

Yann, Ana, Nacho, Maialen, yo, Julie y Amanda.
Yann, Ana, Maialen, Nacho, Miguel, Celia, Julie, Alice y Amanda.


El estadio de la próxima eurocopa (y mucha polución)

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