sábado, 23 de febrero de 2013

23F

Planes de viajes. Planes reales, como los del año pasado. Basta de visitas de un día que saben a poco y me dejan con la sensación de ser una mujer pegada a una cámara persiguiendo monumentos. Me marcho a Noruega. Bueno, todavía no, pero iré en marzo. Un vuelo barato, el ánimo de Bea desde Berlín y la llamada de los fiordos lo han hecho posible. Habrá que exprimir al máximo esos cuatro días.

Ahora, sábado por la noche, estoy trabajando porque los padres se han ido de cena. Un gran amigo anda gritando por el chat de facebook: Jefes de Elena, dimisión! Movimiento de afectados por los jefes de Elena. Y me río, pero casi por no llorar, porque me fastidia horrores tener que perderme una noche de sábado, con la poca fiesta que tenemos en general... Pero el día ha sido muy provechoso.

Hoy, en Bruselas hemos hecho nuestro pequeño 23F. Pequeño, porque no éramos más de cuarenta personas, pero aun así hemos desafiado al frío y a la nieve para aguantar en la Bourse durante una hora, con pancarta, sobres gigantes de colores y dibujos de tijeras incluidos. Yo he quedado con Irene y Albert, para ir, y al principio parecía que allí no aparecía nadie, porque sólo había varios grupos de dos o tres personas frente a la Bourse... pero al final nos hemos juntado, algunos del 15M-Bruselas han sacado una pancarta y nos hemos subido a las escaleras del edificio de la Bolsa. Los transeúntes nos miraban bastante pasmados, muchos turistas nos hacían fotos, y cuando nos hemos puesto a corear las míticas canciones se ha ido animando la protesta. Han pasado varios coches de policía por el bulevar de Anspach, pero ninguno se ha fijado en nosotros... no sé si eso es bueno o malo.

Por lo demás, la vida sigue normal y corrientemente... me siento feliz por haber conseguido dos días libres para poder irme de viaje. Se lo pedí a la madre estando segurísima de tener la razón de mi lado, pero no pareció sentarle muy bien. No le ha molestado para nada darme esos dos días, de hecho me ha dicho que se podrán arreglar perfectamente sin mí, pero me dio la impresión de que no lo consideraba apropiado. Sin embargo, desde mi punto de vista creo que tenía todo el derecho del mundo. He hecho bastantes babysittings, he cambiado planes cuando me lo han pedido, no tienen una sola queja... y creo que todo el mundo merece alguna compensación de este estilo. 

De todas formas, también lo considero justo porque esta primera semana tras las vacaciones de carnaval, ha sido infernal para las niñas, y por extensión, para mí. Las vacaciones las relajaron en exceso, y volver a las obligaciones les ha sentado fatal... tan mal que hemos tenido varios episodios de enfrentamientos a grito pelado, pataletas, escupitajos, lanzamientos de puré de patatas contra el pelo de Elena... en fin un poco de todo. Mis nervios han demostrado no ser de acero. Además, van a venir al colegio examinadores de una importante academia londinense de arte dramático (sí, como lo leéis), y las niñas tienen que memorizar y recitar cada una un poema. Y ¿a quién le toca ayudarlas a hacerlo? A una servidora, por supuesto.

Pese a todo esto, hay una noticia maravillosa, que si bien no lo es tanto como el viaje a Noruega, seguro que al menos a mis padres les hará más ilusión... el Trabajo de Fin de Grado avanza, voy redactando a un ritmo razonable, y puede que mis expectativas de terminarlo a mediados de abril se hagan realidad. La verdad es que sería feliz, porque pese a lo que me emociona y gusta el tema, no paro de pensar que su escritura será el precio de mi libertad. Y quiero pagarlo ya.

martes, 19 de febrero de 2013

Falta de comunicación con los padres... mal trago para la/el aupair

Antes de venir a Bruselas, lo que más miedo me daba era no compenetrarme bien con la familia, ya que como futura aupair sabía que me tocaría pasar mucho tiempo con ellos. Sin embargo, me llevé una muy buena impresión, y desde que llegué nunca he tenido un problema. Se portaron con muchísima amabilidad, no me han agobiado en ningún momento ni -por supuesto- hemos tenido problemas "laborales". Mis obligaciones estuvieron claras desde el principio, y con una sola excepción, no se han excedido. En ese sentido, soy consciente de la suerte que tengo, conociendo los problemas a los que se enfrentan otr@s aupairs.

Sin embargo, desde hace un par de semanas, me siento rara en la casa. Al principio pensé que tendría relación con el incremento en mi vida social, que ha hecho que muchos fines de semana apenas pare por casa. Pero esto lleva siendo así desde que volví en enero. Entonces, ¿qué es lo que pasa?

Muy sencillo: necesito intimidad. Parece una obviedad, pero necesito llegar a casa a las 12 y poder entrar en la cocina a coger un yogur sin miedo a despertar a toda la casa (las puertas son antiguas y hacen muchísimo ruido). Necesito no tener que dar el parte de si voy a venir o no a comer, porque como ya les he comentado algunas veces, mis fines de semana no están planificados milimétricamente. Necesito, básicamente, terminar de trabajar y no tener que aguantar una cena familiar con sus broncas y sus tonterías... cuando muchos días lo que necesito es tirarme en la cama y dormir directamente. No termino de sentirme cómoda.

Claro, guapa, pero ya sabías a lo que ibas, diréis. Pues sí y no. Porque casi preferiría que no me tuviesen tan en cuenta para todo. Entrar en una familia con niños pequeños supone adaptarse a un ritmo en el que todo ha de estar bajo control, y eso termina incluyendo a la aupair. Y no me gusta. Estoy viendo que la raíz del problema es la falta de comunicación... que siempre es el origen de todos los males, así que tendré que hablar con la madre al respecto. Por lo pronto voy a decirles que no cuenten conmigo los fines de semana para las comidas y las cenas. Que si vuelvo más tarde ya comeré lo que haya.

A ver cómo se lo toman...

lunes, 18 de febrero de 2013

Es tan importante encontrar a esas personas con las que dormitar en un sofá cualquiera de un bar/kot cualquiera en un domingo cualquiera... Es vital. Igual por eso termino siempre sonriendo. 

SOL

Bélgica es así, y tras un fin de semana nublado, fresco y gris, acabo de despertarme sin necesidad de apagar alarma alguna, porque no hay una sola nube y la luz me está cegando. Pequeño milagro de lunes. Quisiera saber qué hemos hecho para merecer esto... para poder repetirlo y tal. Hasta la casa parece diferente, con todas las ventanas y vidrieras que tiene, la luz entrando a raudales crea espacios hasta mágicos. Hoy podría escribir toda la mañana, o salir a hacer fotos. Pero el TFG me espera con mucha impaciencia, así que cruzaré los dedos para que esta maravilla de mañana se repita pronto.

domingo, 17 de febrero de 2013

Del porqué de los dragones

Me trajeron un cuento a la cama. No era muy largo, suficiente para dormir sin soñar más de la cuenta. Uno de aquellos repletos de seres mitológicos, salvajes y atrevidos, que se tiraban sin pensarlo dos veces desde las cimas más altas. Habitaban en tierras fértiles, de vegetación casi atávica, un universo vegetal desconocido. Y eran bestias satisfechas, cuanto tenían era suficiente. Pero uno de los dragones miraba siempre al horizonte, por encima de la muralla verde, en búsqueda de la próxima maravilla. Era un dragón pequeño, negro. Uno que podría habitar en mi hombro, que anidaría en mi espalda. Tenía los ojos azules y mucho miedo al desierto. No se veía capaz de cruzarlo, temía dejar la fortaleza vegetal. Pero le retaba la arena caliente. Yo quería llevarlo conmigo y cruzar el desierto a su lado, averiguar qué había más allá. Y le dejé habitar en mi hombro, se hizo hueco en la piel de mi espalda.  Carne de mujer camuflada en metal de reptil. Garras y escamas fundidas en piel humana. Él era pequeño, tenía miedo; y yo no había salido de la cama, iba en pijama, pero estábamos dejando atrás la fortaleza vegetal. 

Estábamos cruzando el desierto, y al otro lado esperaba el futuro.

Brugge



De nuevo, sábado de excursión y turisteo. El tiempo fue benévolo y terminamos el día en Brujas tirados en un parque bajo un molino, porque disfrutamos de temperaturas paradisíacas que rondaban los 4ºC.

Mis ganas de ir a Brujas eran máximas desde que llegué a Bélgica, por todo lo que había leído, visto y escuchado sobre esta pequeña ciudad. Y al llegar, la primera impresión me dejó un poco fría. Ya la madre de mis niñas me había advertido: ir cuando está nublado puede ser un poco decepcionante. Y, sin embargo, cuando llevábamos un rato paseando, y vimos los primeros canales, dejó de importarme la falta de sol. No me ha parecido una maravilla, pero tiene encanto. Brujas es una ciudad que vive por y para el turismo, muchos compartían la opinión de que parecíamos estar caminando por un decorado: las pequeñas casas con puertas de colores, las flores, las gaviotas, los puentes sobre los canales, los carruajes circulando sobre las calles adoquinadas...

Las fotos y las conversaciones se iban entrelazando, cada cosa a su momento, íbamos intercambiando cámaras, fijándonos en detalles, detectando tiendas de piercings y tatuajes (está creciendo un plan de ir en grupo, a ver si conseguimos alguna oferta interesante), planeando próximas visitas a Ámsterdam y Luxemburgo, todo sin dejar de caminar.

Cuando encontramos los molinos, estábamos un poco agotados, y nos sentamos en el césped a observar Brujas desde las "alturas", comentando -entre otras cosas- la ingente cantidad de españoles que nos habíamos cruzado por la ciudad a lo largo del día. Y ya de vuelta a la estación, de noche, intentamos entrar a una cafetería en busca de gofres, pero nos dijeron que estaban a punto de cerrar, siendo las 6 y media de la tarde. Lo que no entiendo es por qué nos seguimos llevando las manos a la cabeza... Europa es así.

En el calor del tren, a la vuelta, medio amodorrada por el cansancio, me vinieron a la cabeza los planes de futuro: ahorrar, buscar un máster y un curro, encarrilar la vida en alguna -mínima- dirección. Y hay mucha incertidumbre, pero empiezo a valorar la idea de probar suerte aquí, ahora que he comprobado que los belgas no son tan raros, y que aunque el metro y las tiendas cierren pronto, el cine sea caro y la humedad se te meta todo el tiempo bajo la ropa, Bruselas casi siempre es sinónimo de calma, y empezar de cero me está gustando más de lo que creía...

Amberes, Malinas, cerveza y despedidas.

Estoy sentada escuchando la noche de baladas en RockFM, aunque a duras penas, porque vuelve a diluviar sobre Bruselas y el ruido es constante. Pienso en lo que significan para mí las caras que me he ido encontrando en este año y medio de aviones, y sigo creyendo que lo mejor de los viajes son las personas que te encuentras en el camino. Los paisajes y las ciudades vienen inmediatamente después, pero quien te deja marcas es la gente, sobre todo la que nada tiene que ver contigo. De Kaunas salí con un puñado de amigos de lo más variopinto, y me hace feliz que tantos meses después lo sigamos siendo (incluso sin habernos vuelto a ver tras abandonar Lituania!). El tiempo dirá si también quedarán amigos tras la experiencia belga.

Por lo pronto, el sábado formamos un grupo bastante numeroso para irnos de visita a Amberes y Malinas. Las ciudades en sí me dejaron bastante indiferente, aunque habrá -por supuesto- quien se lleve las manos a la cabeza al leer esto. Las míticas construcciones flamencas llaman la atención las primeras 100 veces. A partir de la 101 te parece que ya has visto todo, aunque tengo que reconocer que, de todos modos, tendré que darles una segunda oportunidad cuando el tiempo sea más favorable (quizás bajo la luz del sol llegue a apreciar más estas dos urbes flamencas).
























Fuimos en tren, y para llegar hasta allí pillamos un go-pass, que es un billete de 10 viajes por 50 euros, en el que hay que escribir los datos del viajero y las estaciones de salida y destino. Nosotros lo escribimos con un boli de los que se pueden borrar... y voilá! nos ahorramos una pequeña fortuna. Además los revisores no pasaron, con lo cual -y como esto siga así- lo mismo apuramos el mismo billete hasta el infinito. Íbamos 8 españoles y un belga, y aunque algunos no nos conocíamos de nada, admito que fue un gran día. Al poco de llegar ya catamos algunas de las cervezas típica de la región -el frío que hacía era importante, eso que quede claro-, pero nos pateamos bien Amberes. La catedral, el castillo, el barrio de los diamantes, el canal y el puerto... En la Grote Markt a los catalanes les dio por intentar hacer de castellers, pero cuando vieron que estaba complicado el tema, terminaron por arrancarse a bailar una sardana. Tuvimos risas, sí... Pero cuando salimos de allí casi estaba a punto de hacerse de noche, y aún nos quedaba Malinas.

De nuevo cogimos el tren, encima en primera clase, y no pasó revisor alguno. Malinas, sin embargo, nos decepcionó un poco. La catedral era impresionante, pero el frío era demasiado, y la estación de tren quedaba muy lejos del centro. Volvimos a Bruselas a tiempo para cenar tortilla de patatas en casa de Javi, y hacer fiesta en condiciones, por una vez. Volvió esa sensación de "familia en el extranjero".

Aunque a media familia la hemos despedido ya, porque los vascos sólo habían venido para hacer un intensivo de francés, así que este miércoles les dijimos adiós, y nos hemos quedado un poco huérfanos, para qué nos vamos a engañar. Nos hemos reído con ellos más allá de lo sano!! David, Javi, Íker, sabéis que tenéis que volver.