domingo, 17 de febrero de 2013

Del porqué de los dragones

Me trajeron un cuento a la cama. No era muy largo, suficiente para dormir sin soñar más de la cuenta. Uno de aquellos repletos de seres mitológicos, salvajes y atrevidos, que se tiraban sin pensarlo dos veces desde las cimas más altas. Habitaban en tierras fértiles, de vegetación casi atávica, un universo vegetal desconocido. Y eran bestias satisfechas, cuanto tenían era suficiente. Pero uno de los dragones miraba siempre al horizonte, por encima de la muralla verde, en búsqueda de la próxima maravilla. Era un dragón pequeño, negro. Uno que podría habitar en mi hombro, que anidaría en mi espalda. Tenía los ojos azules y mucho miedo al desierto. No se veía capaz de cruzarlo, temía dejar la fortaleza vegetal. Pero le retaba la arena caliente. Yo quería llevarlo conmigo y cruzar el desierto a su lado, averiguar qué había más allá. Y le dejé habitar en mi hombro, se hizo hueco en la piel de mi espalda.  Carne de mujer camuflada en metal de reptil. Garras y escamas fundidas en piel humana. Él era pequeño, tenía miedo; y yo no había salido de la cama, iba en pijama, pero estábamos dejando atrás la fortaleza vegetal. 

Estábamos cruzando el desierto, y al otro lado esperaba el futuro.

1 comentario: