Bueno, ya iba siendo hora de tocar un tema que me tiene descolocada desde el día en que llegué a esta casa y a este bendito país (mañana hará un mes, por cierto). Y es el tema de los horarios. Por supuesto ya sabemos de sobra que en España vamos a nuestra bola en lo que a las comidas se refiere, y no es raro comer a las tres ni un pecado cenar a las 10. Por supuesto que las horas de luz afectan, y que no es lo mismo que anochezca a las 7 que a las 5, pero digo yo... ¿acaso es sano cenar a las 7 de la tarde? Luego se van a la cama y se quedan tan panchos, pero yo que aún sigo con el reloj interno de Madrid, y hasta las 12 o la 1 no me acuesto, tendría que escuchar las quejas de mi estómago noche tras noche. Así que se da el divertimento de bajar cual ninja a eso de las diez a pillar algo en la cocina. Y digo cual ninja porque son cuatro tramos de escaleras que crujen que da gusto; y no es que baje así porque me esté prohibido coger lo que quiera de la cocina, qué va, sino porque tienen el sueño ligerísimo y sé que además me miran raro por ser tan noctámbula...
Claro, así se pegan los desayunos que se pegan, cuando bajo yo a eso de las 9 hay sobre la mesa tal surtido de frutas, bollería, mantequillas, botes de nutella y tés que no sé dónde meten a las horas en que ellos desayunan. La verdad es que tras dos años teniendo horario de tarde -en 3º de carrera en la Carlos, y durante el Erasmus- lo de levantarme a las 7 de la mañana me supera. Asumo que tendré que volver a hacerlo en cuanto encuentre un trabajo de verdad, pero oye, quizás no, y tenga un horario extraño de esos que te obligan medio a vivir de noche. No me importaría, estoy descubriendo que el TFG avanza mucho más en la tranquilidad de las madrugadas que durante la mañana.
Pero a mí, sin ninguna duda, lo que me mata son los domingos. Me levanto tarde, como hoy, que anoche tras la mierda de partido (por cierto, lo vimos en una especie de asociación pro Barça llena de hombres árabes que, curiosamente, apoyaban al Real Madrid. Fue una experiencia muy interesante...) me volví a casa rápido pero no me dormí hasta las 3 de la mañana -luego os digo el motivo-. Pues me he despertado a las doce, y ya he pasado de desayunar, por supuestísimo, porque subía el olor a carne por las escaleras que era mejor anuncio para bajar a la mesa que el grito con el que nos ha llamado el padre 15 minutos después. Y ahora me veo aquí, que es la una y media, y ya siento la modorra de la siesta, provocada por la ratatoui, las patatas con queso, los champiñones y la carne, y siento que no tengo control alguno sobre mi vida. O, al menos, no sobre mis procesos digestivos.
A señalar: si estoy adelgazando, además de por correr detrás de la niña pequeña todo el día, es porque aquí 1) no comen con pan y 2) las salsas las hacen para mirarlas. ¿Sabéis lo que es tener tres barras diferentes de pan delicioso en la panera, y una fuente de salsa con cebolla y especias delante de vuestra cara, y no poder dar cuenta de ellas? Me quedó muy claro el primer día, cuando la mayor saltó de la mesa en un descuido de los padres y cogió el corrusco y lo empapó en la salsa que tenía en el plato. Le cayó una colleja. Y hombre, sé que a mí no me la darían, pero me abstengo. Y se sufre.
(El motivo de que anoche me durmiera tan tarde es que empezó a nevar. Tras sólo un día de frío intenso, después de un bonito mes otoñal, cayó una nevada que en 15 minutos había cubierto toda la calle. No se veían las casas de enfrente, de la cortina de nieve que caía. Era precioso y me quedé mirando por la ventana y con la música puesta hasta que me amodorré y me dormí. La verdad es que esta nieve de cuento ya no me da ningún miedo, después de las avalanchas lituanas y los 30 grados bajo cero).
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