lunes, 29 de agosto de 2011

Riga, Tallin, Helsinki!!!!

Bueno, a petición popular de varios buenos amigos, voy a contaros mi última semana. No habrá fotos, porque aún no las tengo -pero ése es un problema que pienso solucionar en un par de días-.

El lunes fue un día muy feo: todo el mundo se había ido de la resi, llovía a cántaros y me tuve que cambiar de habitación. He pasado de una enorme para mí sola a compartir un zulo con Olivia. Al menos he tenido suerte en eso, es un amor, no sé qué haría si encima me llevase mal con mi compañera de cuarto (cuarto?? cuarto de escobas, más bien!!!) En fin, no quiero hacerle una foto aún porque está lleno de maletas, ropa, bolsas... ah! y tenemos la nevera pegada a la cama. En fin, que no os quiero asustar, los que vengáis a verme ya lo veréis con vuestros propios ojos.

Al caso: que el lunes me dediqué a comprar billetes de autobús con Susana, la portuguesa. Ella se tuvo que ir a Vilnius para solucionar unos problemas de su residencia (va a estudiar allí todo el año), mientras yo ordenaba como podía las cosas de mi nuevo cuarto. Hubo aún otra experiencia interesante antes de irme: hablar con los abuelos por Skype.

Total, resumo rapidito la primera parte del viaje: bus a Vilnius, llegada allí a las 11 de la noche. Primera prueba: encontrar el trolebús adecuado, morirme de miedo según deja atrás la ciudad y se adentra por calles oscuras; morirme más de miedo cuando pasa de calles oscuras al bosque, y prácticamente llorar de pánico y echar a correr cuando el conductor me dice que ésa es la última parada y que para encontrar la residencia tengo que recorrer un buen trecho a pie. En fin. Bendita residencia, el chico de la recepción flipó tanto conmigo que me preparó un té mientras Susana bajaba a por mí. Pasado el susto, dormimos allí y al día siguiente cogimos el puñetero trolebús de vuelta al centro de la ciudad a eso de las 6 de la mañana. A las siete salía nuestro bus con destino Riga.

Riga
Ése fue el primer trayecto eterno de muchos (aunque ninguno tanto como el último, ya lo veréis). Durmiendo se nos pasó la primera mitad, pero cinco horas son muchas, demasiadas. No voy a negar que estaba de mal humor aquella mañana. El cuarto nuevo, la ausencia de los compañeros... todo me ponía un poco triste (sí, no son motivos, lo sé, pero soy así y aún no he aprendido a remediarlo!!). En estas circunstancias, llegar a Riga fue un pequeño milagro. La ciudad me gustó desde el minuto 1. Quizás por el río, enorme; o por el aspecto medieval que presenta: calles intrincadas, retorcidas, iglesias antiguas, casas extrañas... O puede que fuese porque empezamos con un inmejorable pie: el hostal estaba lleno de gente joven, y en seguida nos apuntamos al free tour, una visita guiada gratis por la ciudad. Es sin duda la mejor forma de conocer los lugares más emblemáticos, vimos monumentos, un cambio de guardia, iglesias católicas y ortodoxas, el río, parques y más parques, puentes llenos de candados que las parejas ponen allí sólo cuando están recién casadas, y no antes... Curiosidad: el mercado de flores de Riga está abierto 24 horas llueva o nieve. Por lo tanto, existe la broma popular de que un novio jamás puede presentarse a una cita sin un ramo de flores con la excusa de que no tenía dónde comprarlas!

Por la tarde fuimos de museos: el museo de historia de Riga y el museo de las ocupaciones nazi y soviética. El primero me encantó, y del segundo salí con el estómago revuelto y los ojos llorosos, como va siendo costumbre cada vez que visito alguna exposición parecida. Terminamos el día paseando al lado del río y cenando en el LIDO, un típico restaurante de comida tradicional letona, muy barato y concurrido.

Después de cenar, recibimos una llamada muy interesante. Karolin, otra compañera del curso de lituano, que estaba pasando unos días con su familia en Estonia (son de allí), nos invitaba a dormir en su casa -ahorrándonos el albergue- y quería lanzarnos una interesante propuesta: pasar un día en Helsinki. Sabíamos que tendríamos que ir corriendo a todas partes, y que pasaríamos el mismo tiempo viendo ciudades que metidas en cualquier medio de transporte, pero nos dio igual. Dijimos que sí rápidamente: el viaje se volvía más interesante, sin duda.

La mañana siguiente la dedicamos a visitar iglesias, recorrer el mercado tradicional (espeluznante ver cómo vendían todos los peces vivos), y comprar postales. A las 12, autobús a Tallin.

Tallin

Llegamos muy cansadas, pero Karolin ya nos esperaba en la estación, con su madre, preparadas para cargar las mochilas en el coche y empezar nuestra visita a la ciudad. Tras una primera parada en el museo de arquitectura, nos caminamos la parte antigua entera. Vamos, que no hubo piedad con nuestros cuerpos molidos por el viaje, Karolin sabía que teníamos poco tiempo y desde luego que lo aprovechamos bien. Tallin está lleno de colores, parece sacada de un cuento. Casas verdes, rosas, amarillas y azules (en suaves tonos pastel, nada chillón) en todas las calles, y torreones, arcos y murallas repartidos por toda la ciudad. Subimos a la torre de la iglesia más alta y pudimos observar desde lo alto lo bonito que es ver a la ciudad unirse al bosque y al mar en tan sólo unos kilómetros cuadrados. Y allí, a lo lejos -muy lejos- Finlandia. Aunque eso lo dejaríamos para el día siguiente.
Cenamos en una antigua nave habilitada como restaurante muy chic: pasta con salmón y espinacas por 5 euros (sé que siempre hablo de precios, pero es que no dejo de asombrarme!!!). Finalmente, nos fuimos a su casa. Y qué casa! Bueno, de hecho no era suya, era de sus abuelos. Pero nos encontramos con una casa enorme, rodeada de un jardín precioso y, lo mejor, con la mesa mejor surtida del mundo!!! (mundial). Manzanas, ciruelas, galletas, tés, pasteles, chocolates... y un etcétera de impresión. La abuela de Karolin no hablaba inglés, pero el abuelo sí -just a little bit- y nos entendíamos como podíamos. Nos fuimos a dormir muy felizmente. Quién me diría a mí que estaría durmiendo en casa de unos señores estonios que parecían ancianitos venerables sacados de algún cuento.

Y... Helsinki!
(Vale, siento restarle emoción al asunto, pero la verdad es que fue la que menos me gustó de las tres, y con soberana diferencia)

Nos levantamos a las 6 de la mañana, y a las 8 cogimos el ferry hacia Finlandia. El abuelo de Karolin nos acercó amablemente al puerto en coche. Una vez en el barco (enorme, gigante, no como un crucero pero casi, una pasada) desayunamos mucho y nos dedicamos a pasear por cubierta viendo el Báltico.
Durante el día allí me di cuenta de que la mayoría de los estonios, incluida Karolin, suelen ir a Helsinki a comprar ropa. Después de la quinta tienda, le dijimos amablemente que estábamos interesadas en ver algo más de la ciudad que sus botas estupendas y sus abrigos de 200 euros.
Modernidad por todas partes, es lo que se ve. Tranvías muy modernos, edificios altos y acristalados, iglesias que no lo parecen, mareas de gente... quizás eso fue lo peor, llevo un mes viviendo en Kaunas, que es una ciudad en la que chocarte con alguien por la calle es matemáticamente imposible, en la que das un paso y hay eco porque vas sola por la acera, y de pronto Helsinki, que me recordó a Madrid en sus momentos más concurridos.
Sin embargo, y como todo, sí que hubo algo que más que encantarme me cautivó: la isla de Suomenlinna. Realmente son cuatro islas unidas por puentes. A 15 minutos en barco desde Helsinki, fue una antigua fortaleza que sirvió a intereses rusos, suecos y, finalmente, finlandeses. Hay gente que vive allí todo el año, también vimos varias tiendas y restaurantes, incluso leí que hay un albergue; pero las edificaciones que hay allí son, en su mayoría, restos de la antigua fortaleza.
Por allí paseamos hasta que nos dieron las 4, y nos volvimos a Helsinki a comer en el mayor buffet libre de pizza que hayan visto mis ojos. Al salir de allí, Karolin siguió con sus compras y Susana y yo nos fuimos a buscar la ópera y el teatro. Bueno, pues allí en la misma puerta del teatro, una de las compañías estaba VENDIENDO ANTIGUO ATREZZO!!! vamos, me volví loca, no sé los vestidos que pude probarme en una hora: de Julieta, de Othelo, de tigre, de criada típica de castillo medieval... en fin, de todo!!
Al final, con la tontería, tuvimos que correr para llegar a tiempo al barco, pero por el camino aún nos encontramos un "festival de música hispana" en el que una mujer subida a un escenario cantaba el "bésame mucho" mientras todos los ¿helsinkinos? la miraban embobados.

Y FIN!!

no... realmente todo terminó con la abuela de Karolin regalándonos chocolate de a kilo la tableta, y un viaje agotador de 10h y media desde Tallin hasta Kaunas.

Pero sobreviví!!! :)

2 comentarios:

  1. Jooo,que envidia me das (y me darás si sigues haciendo viajecitos asi en los próximos meses, xD)

    Estoy viendo fotos de las ciudades y creo que la que más me gusta es Riga. ¡¡Como mola!!

    Ahora descansa y preparate para lo que se nos echa encima.

    ResponderEliminar
  2. Uakaaaaaaaaaaaaaaaaaaa! a ver si cuando nos veamos te queda algo del chocolate de a kilo! ñam!!!+

    PD: bieeeeeeeeeeeen ya sé publicar aquí!!!

    ResponderEliminar