lunes, 26 de noviembre de 2012

Chocolate week y Delirium (tremens)


Bueno, ya iba siendo hora de cumplir con alguna tradición belga más allá de los mejillones, las patatas fritas y los gofres. Así que siguiendo por la senda "gastronómica", el sábado por la noche me dejé caer por Delirium. A quién aún no lo conozca, le aviso: es visita obligatoria para cualquiera que visite la ciudad y quiera disfrutar de una deliciosa cerveza típica (o no tan típica). Y hay que ir preparado, porque impresiona y mucho... no sabría decir si por la enormidad del edificio -tres plantas inmensas de ambientes diferentes-, la abundancia de la decoración, la inmensa cantidad de gente que hay, o su carta de más de DOS MIL cervezas de todo el mundo. (Y sí, no es de boquilla, encontré cervezas de Turquía, Palestina, Lituania o Togo). Además, cabe destacar la música, mientras estuvimos allí pudimos escuchar el Shook me all night long de ACDC, The Passenger de Iggy Pop o Paint it black de los Rolling. Lo que viene siendo un placer para mis oídos.


 Ahora os hablo de la compañía: un grupo de estudiantes bastante variopinto y formado muy al azar. De aquello de que uno tiene un par de amigos que conocen a alguien que sabe de una quedada, y al final los que se reúnen son los que no se conocían de nada. Pues eso. Éramos cuatro alemanes, dos italianas, una francesa, un belga, un indonesio y dos españoles. Algunos se decidieron por la Duvel, otros por la Carlos V, yo fui fiel a la Delirium Tremens (la probé por primera vez un poco más arriba de Vigo, hace cuatro años, en el cámping de las Islas Cíes) y nos embarcamos en una conversación-discusión que inevitablemente derivó en la Unión Europea, la crisis económica, si las políticas alemanas son justas o injustas para los mal llamados 'PIGS', y un largo etcétera que, francamente, fue muy interesante (la mayoría de ellos, salvando algún ingeniero, estudian másters de políticas o economía, así que tuvimos discusión para rato)
Aquí la mastodóntica carta de cervezas
Luego vino un episodio ridículo de vuelta a casa... porque aquí el metro es más parecido al de Londres que al de Madrid, y por la misma vía circulan trenes de diferentes líneas. Pues la línea uno, que es la mía, comparte un montón de paradas con la línea cinco. Y como iba corriendo porque intuía que era el último metro, no me paré a mirar hacia dónde se dirigía, y me subí en el de la línea cinco. 
Total, iban pasando las paradas, y cuando me quise dar cuenta y me bajé, ya estaba en medio de ninguna parte (conocida) y sin más metros que coger, porque ya era cerca de la 1 y media. Así que salí a la calle y caminé hasta que encontré un taxi, que debía llevarme a casa. Pero la maravillosa e inmensamente larga Avenue Orban está cortada al tráfico porque están cambiando los raíles de los tranvías. Así que el hombre tuvo que dejarme al principio de la calle y yo, caminar cuarenta minutos. Pas grave.

Y así llegamos al domingo. Quedé a la 1 con Jurgen, el chico de Lovaina, y una amiga suya -que resultó ser madrileña y majísima- que trabaja de enfermera en La Luvière (al sur de Bruselas). Hicimos unas compras en Leonidas, una de las franquicias de chocolate más populares en la ciudad, y después conseguimos un mapa en la oficina de turismo de la Grand Place. El objetivo era seguir con el chocolate, ni más ni menos, porque justo ayer terminaba la "Chocolate week", y para participar en ella tuvimos que comprar por 5 euros unos tickets que nos permitirían degustar los más diversos bombones en 20 chocolaterías del centro. Se nos unió Vicente y nos pusimos en marcha, después de comer, claro. Eso sí, no conseguimos completar las 20 chocolaterías ni de lejos... Bombones de chocolate blanco, negro, con leche, con plariné, avellanas, limón, fruta de la pasión, naranja, caramelo... terminamos pidiendo agua a gritos, y nos piplamos una botella en 10 minutos mientras observábamos a un hombre que hacía malabares al ritmo de la banda sonora de Ameliè, en una esquinita cercana a la Grand Place. Precioso, todo.

Ángela no conocía el Delirum, así que terminamos allí -me temo que va a ser crónico- y esta vez tiré por lo exótico y pedí una cerveza turca, Efes. No estaba mala, pero tampoco era como para tirar cohetes. Lo genial fue que Vicente, que es mago, nos hizo unos cuantos juegos de cartas, y un par de mentalismo. Aquí una inexperta en todo lo que tiene que ver con ese mundillo se quedó bastante intrigada -por no decir rallada- con el tema. Me resultó inquietante. Yo me empeño en que es cuestión de habilidad -mucha mucha habilidad, desde luego- pero obviamente él defiende la existencia de la magia... y no sé qué pensar, chicos. Interesante es, desde luego.


Esta vez llegué a casa sin sobresaltos y vi Charlie y la fábrica de chocolate con las peques antes de cenar.

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